Vinaderos

Ávila

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Cosas de la gente

VINADEROS, MI PUEBLO    (Raquel Conde Sáez  2.010  -incluida en el pregón de las fiestas de agosto)

Vinaderos, mi pueblo querido
Tierra de pinos y viñas,
De casa humildes
Y de familias queridas.

Pueblo de resineros,
Que vivían de los pinares,
Nunca les faltó el pan
Para llevarse a sus hogares....
 

Ahora la vida ha cambiado,
Ya no solo se vive del campo,
La remolacha, el trigo, la cebada
Van pasando a segundo grado.
 

Me gusta venir a mi pueblo,
Aquí se vive tranquilo,
Los niños juegan felices
Sin tener ningún peligro.
 

Todo el que viene a mi pueblo,
Volverá sin poner condición,
Sus gentes les dan la mano
Y les abren el corazón.

Aquí la gente es muy buena
E intentan ayudarse unos a otros
En arrancar el tractor,
O en la recogida de frutos.
 

Y aquí acaba mi relato
No quiero aburrir a nadie
Recordar a los que no están
Y dar una bienvenida grande.
 

La noche se va acercando,
Y se reúnen las peñas
Gracias por haber venido,
Y que comiencen las fiestas.

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Vinaderos, en el corazón y en la pluma…     (Escrito en 1.995)

“Las Fuentecillas”

Vinaderos y su entorno, corazón abierto a la inmensidad azul del cielo de Castilla, guarda en sus pequeños rincones leyendas, historias, lugares románticos que le hacen latir siempre a ritmo de un encanto permanente. Y uno de esos lugares, en cierto modo legendario, es el llamado “Las Fuentecillas”.

“Las Fuentecillas” fueron eso: fuentes de agua fresca y limpia. Recostadas en una pequeña ladera, eran como una postal llena de vida y de frescor en exposición permanente. Ellas eran como el centinela generoso que, después de ofrecerte sus encantos de frescura relajante, te abrían las puertas de ese majestuoso bosque de pinos con olor a tomillo seco y a resina recién arañada. Después de pasar por las fuentes, no importaba ya la sequedad arenosa de tanta tamuja seca. Dicen que los pueblos ríen y lloran. “Las Fuentecillas” fueron algunas veces lágrimas de dolor; pero casi siempre han sido las lágrimas de alegría de un pueblo que casi siempre se sintió ansiosamente feliz.

Pero también “Las Fuentecillas” han sido y son camino. Incluso, yo diría que camino santo. Camino adornado cada año con carros de romería, mimosamente engalanados, y cuya meta era la antigua y entrañable ermita grande del Cristo de los Pinares. Santo también, porque para San Gregorio, uno de los patrones del pueblo, tal vez fuera su camino preferido, cuando en mayo bendice los campos. No es posible recorrerlo, aún hoy día, sin que percibas en tus oídos, como un lejano eco, aquella antigua y monótona cantinela: “Santa Eduvigis…ora pro nobis”… Ese día “Las Fuentecillas” convertían su agua profana en agua bendita, que, comprimida en el hisopo del señor Cura, acariciaba las nuevas simientes en flor, bajo la atenta mirada del Santo. Todo era maravilloso paisaje. Todo era profunda devoción popular.

Y, finalmente, “Las Fuentecillas” son añoranza de leyenda. Buceando en los anales antiguos de la vieja historia de Vinaderos, aparecieron cuatro líneas que, cuidadosamente ordenadas, hicieron posible la copla. Esa copla que nunca falta cuando un pueblo quiere conservar intacta su más profunda identidad:

“Las mozas de Vinaderos

Siempre han sido las más guapas

Y es porque en “Las Fuentecillas”

Siempre se lavan la cara”

Y así, sin esperarlo, llegó la respuesta. En las siempre bulliciosas y concurridas “funciones” de Vinaderos, para quien se acercaba de fuera, siempre aparecía en su mente la misma pregunta: ¿…y las mozas? ¿Por qué serán tan guapas las mozas de Vinaderos? Pues bien, querido amigo que vienes de fuera; la respuesta está en la copla. En esa copla que surgió de entre el polvo acumulado en los viejos legajos de un semidesaparecido archivo, y que quiere estar siempre viva.

Es cierto, “Las Fuentecillas” ya no existe, Y la copla ya no se canta. Pero ahí están todavía quienes en aquellos tiempos (hablo de mi niñez) eran mozas.

¿Verdad que siguen sin desmentir la copla? ¿Verdad que la siguen haciendo realidad a pesar del tiempo?

Este es, pues, Vinaderos: con sus típicos lugares, con sus caminos, con sus leyendas.

Y porque lo llevo en el corazón, y muy profundamente en el alma, seguirá estando en mi pluma, aunque de momento os diga: ¡adiós! ¡basta! Pues es necesario esperar, de la próxima fiesta, el alba.

A.Saéz Martín          Agosto de 1.995